Hay muchas formas de contar una historia. Podemos empezar explicando que, en 1894, David Lyall y su esposa se mudaron a Stephens Island (Nueva Zelanda), donde les acompaño su gato, Tibbles. En los paseos que realizaría David junto al felino, el gato aprovecharía para dar caza a los últimos ejemplares del xenicus de Lyall o chochín de Stephens (en inglés, Lyall's wren).
Podríamos decir que un gato, como especie invasora, acabó con una especie entera de aves cantoras no voladoras de las cuatro que habitaban Nueva Zelanda y, en la práctica, esto es cierto. No obstante, también es un clickbait antes de que esta tendencia apareciese: la especie ya estaba casi extinta cuando llegó la familia, pero la historia del felino sanguinario tenía tirón y, hasta cierto punto, el gato Tibbles servía como chivo expiatorio.
En Polonia, se acaba de declarar el gato común como especie exótica invasora e, igual que ha ocurrido anteriormente en gran parte del mundo, se ha abierto un debate sobre si debemos permitir que los gatos afecten o no a los ecosistemas. Las posturas son muy similares a las que podemos coger con la historia de Tibbles: culpar de todo al felino, restar cualquier tipo de relación con el problema o buscar un término medio.
La raíz del problema polaco
El Instituto de Conservación de la Naturaleza, organismo integrado en la Academia Polaca de Ciencias, estima que existen claras evidencias de que el gato común afecta negativamente a la biodiversidad del país.
Los felinos, como especie salvaje, son depredadores que cazan para sobrevivir. Esta es una de las razones por las que los gatos no suelen sentirse atraídos por el agua y apenas la ingieren, pues, en estado salvaje, se alimentan de animales que cuentan con un 50 y un 70 % agua.
Entre sus presas, están lagartijas, ratas, ratones y aves; los gatos tienen un ciclo reproductivo de pocas semanas y forman colonias difíciles de controlar, según la prensa y la academia polaca. Todo lo anterior, ha sentado las bases para declarar al gato especie exótica invasora, junto a otras 1.787.
Pese a los titulares, a menudo sensacionalistas, por ahora las medidas son claras y escasas: limitar el tiempo en el que los gatos caseros permanecen en el exterior durante la época reproductiva de las aves. Nadie ha hablado de control de población, aislamiento o eliminación, pero sí ha levantado recelos: ¿Qué sentido tiene declarar especie exótica invasora al gato común sin un plan de acción detrás?
¿Es un problema global?
Por desgracia, Polonia no es la excepción a la regla. La caza de aves, mamíferos y reptiles por parte de los gatos domésticos y ferales es un problema en gran parte del mundo.
Según una investigación publicada en Global Change Biology, los gatos como depredadores generalistas son responsables de la muerte de más de 175 especies de vertebrados. Entre las cifras recogidas, solo en EEUU, se contabilizan entre 1.400 y 3.700 millones de aves y entre 6.900 y 20.800 millones de mamíferos. Según la misma revista, en Polonia los gatos matan cerca de 140 millones de pájaros cada año.
Estas estimaciones obvian que los perros en libertad y ferales (salvajes), también depredan y consumen buena parte de estos vertebrados, por lo que, aunque no sea el tema principal del artículo, quizá la pregunta debe formularse incluyendo ambas especies domesticas, y no solo a los felinos.
Sin embargo, como respuesta corta: sí, es un problema global para el que quedan muchas barreras que vencer. Como respuesta larga, vamos a ver cuáles son las principales.
Una domesticación lenta
A diferencia de los perros, la domesticación del gato fue lenta y limitada. De igual modo, la selección genética (o sea, la cría selectiva) se realiza más tarde y con muchísima menos fuerza: un vistazo a la lista de razas caninas y felinas deja claro que a los gatos se les dejo vivir —con algunas épocas oscuras, como la Edad Media— en las cercanías de la ciudad, pero no junto a los hombres.
Tampoco debemos olvidar que Europa (u Occidente) no es el mundo entero, y que hay muchos, muchos lugares en los que tanto los gatos como los perros ferales son la norma y no la excepción. A partir de aquí, podemos hacernos una idea de la magnitud del problema: gatos caseros con acceso al exterior (muy común en Reino Unido, Dinamarca o Turquía, por ejemplo, y casi anecdótico en EEUU) y colonias de gatos ferales, que resultan un reto para su control en España incluso con la aplicación del método CER (Captura, Esteriliza y Reintroduce).
El debate, no obstante, llega junto a medidas éticas que permitan el respeto de las especies, mantener la biodiversidad y no restar derechos a los ciudadanos que conviven con animales, algo complicado, porque es, ni más ni menos, que compatibilizar la postura ecologista y la antiespecista con las demandas sociales.
Debate en toda Europa
En Gran Bretaña, hoy, el 74 % de los propietarios de gatos permiten que los felinos tengan acceso al exterior. Las organizaciones benéficas se han centrado en ofrecer ideas para reducir la depredación (dietas de alta calidad y no permitir que deambulen de noche, principalmente: ambas cosas afirman que reducen el instinto depredador).
En España, en cambio, se sigue el modelo que han priorizado los norteamericanos a partir de los años noventa. Reducir el tiempo fuera de casa, limitar el espacio o no permitir que los gatos accedan a la calle, con el objetivo de que tanto los gatos (susceptibles de parásitos, enfermedades y peleas) como otras especies estén seguros y protegidos.
Estos proyectos no son sencillos ni rápidos. La caja de arena, recuerdan, se inventó en 1947 y, aunque fue el invento que facilitó la entrada de los gatos en las casas, tardó en asentarse en Norteamérica. Lo mismo ocurrió con la limitación de que los gatos paseen por la calle: la Ley de los gatos de Illinois para proteger aves se planteó en 1949, pero se desestimó hasta 1990, cuando se notificó sobre la pérdida de aves y los peligros para el propio gato.
Este es un problema que viene de lejos. La mayor complejidad del gato común es su doble naturaleza: es un depredador generalista, y también es el segundo mejor amigo del hombre. Por lo tanto, el debate está servido.
La postura antiespecista
En la mayoría de los países se aceptan los puntos anteriores, lo que limita las posibles actuaciones y protege a nuestros amigos peludos. La postura antiespecista es un claro ejemplo: intervenir nunca puede ser sinónimo de dañar a un animal o poner nuestras necesidades por encima.
Se entiende, pues, que los problemas derivados del gato surgen a partir de la dejadez y el abandono de las sociedades humanas y, de este modo, se han establecido mecanismos de control mediante colonias felinas urbanas. Solo en Madrid se estima un mínimo de 1.600 colonias, que podrían ser el doble.
Para lidiar con el problema, se plantea el control y la esterilización de estos animales: una medida lenta, pero efectiva, que se ve amenazada por nuevos abandonos y grupos no censados que aparecen cada año.
La postura ecologista
Por el contrario, los sectores ecologistas priorizan la importancia medioambiental, afirmando que el impacto de los felinos es devastador, que las medidas actuales son insuficientes y que los gatos en libertad se traducen en la pérdida de especies autóctonas. Dicho de otro modo, el individuo no puede estar por encima de la especie.
Los ecologistas que hablan claro, siguen reafirmándose en la necesidad de controlar la población de gatos, lo que se traduce en matar animales para, en teoría, salvar a otros animales. Una práctica que ha sido blanco de muchas críticas en Australia.
Polonia, con la inclusión de los gatos en la lista de especies exóticas invasoras, parece mantenerse entre dos tierras; sin contar con una buena regulación que imposibilite abusos y maltrato hacia los gatos, tampoco aboga por posturas más duras que no apoyan la mayoría de los ciudadanos.
En este sentido, la principal crítica hacia el ecologismo se encamina en esta dirección: señalar, criminalizar y, a menudo, incluso maximizar el papel negativo de los felinos en los ecosistemas sin plantear soluciones. Así, en el blog del Instituto de Conservación de la Naturaleza polaco se contestan preguntas retóricas asociadas con el concepto "invasor", pero se dan pocas ideas de los siguientes pasos, que no quedan claros, sobre todo, debido a la negativa popular a tomar acciones dañinas contra los felinos.
La tercera vía: gatos con toque de queda
En Gran Bretaña, tienen un punto de vista diferente: la educadora felina Nicky Trevorow, de Cats Protection, explicaba en una entrevista para el New York Times que los gatos necesitan acceder al exterior (aunque sea bajo control) y que resulta complejo cambiar el planteamiento mayoritario sin alternativas para una mejor convivencia.
Trevorow defiende que existen posibilidades de limitar la capacidad predatoria de los gatos, mediante dos añadidos:
- Alimentar a los felinos con comida de alta calidad
- Limitar el acceso al exterior (horas, épocas del año y espacios)
Para Trevorow, todo ello permitiría a los gatos acceder a espacios públicos sin que se dediquen a hacer verdaderas carnicerías de otros animales.
Por su parte, la Asociación Médica Veterinaria Estadounidense agrega:
- Enseñar a los perros a pasear con arnés y correa larga por exteriores
- Acotar y mantener al gato en espacios cercados, lo que traducido con algo de gracia sería crear un "gatio" para el gato (de patio, ya sabes)
El perfecto chivo expiatorio
Por último, existe una visión que trasciende planteamientos sociales, ecologistas y antiespecistas: ¿se está usando al gato común como chivo expiatorio? ¿Estamos poniendo el foco en el menor de los problemas?
El cambio climático, la contaminación, el uso de pesticidas comerciales y otros problemas provocados por el hombre están afectando a más de la mitad de aves de toda Europa: profundas alteraciones en su migración y morfología, destrozando la relación mutualista entre aves y vegetales y, directamente, matando insectos, presa natural de las aves. Comprobado por la Real Sociedad para la Protección de las Aves de Gran Bretaña, que también afirma que los pájaros que los gatos suelen cazar son aquellos débiles o enfermos.
Nos movemos, pues, entre aquellos que defienden que los gatos no tienen un impacto importante en las poblaciones hasta los que ofrecen cifras de millones de cadáveres por culpa de los felinos. En cualquier caso, tanto en Polonia como en el resto del mundo, existe la necesidad de rodearse de datos fidedignos, así como de aplicar planteamientos científicos y realistas para solucionar este problema.
Por ahora, la mejor herramienta con la que contamos es la metodología CER (Capturar, Esterilizar, Retornar) y se espera un profundo debate sobre cómo integrar al gato en sociedad tras los aciertos y los errores del pasado. En cualquier caso, parece que ese debate deberá acoger planteamientos más diversos, desde el cambio climático o el uso de pesticidas hasta las cifras reales de muertes debido a gatos domésticos y ferales.