La educación canina amable, vertiente que sigo y comparto como educador, ha popularizado, aunque sea de forma indirecta, una idea equivocada: puede educarse sin castigos. Y no, no se puede.
No ayuda, por descontado, que durante décadas a los perros se les haya enseñado mediante castigos físicos y su evitación o retirada (dejar de aplicar el castigo o, directamente, que el animal aprenda a evitar debido a la expectativa negativa a causa de castigos anteriores), pero eso es otra historia.
Este artículo no trata de explicar por qué no es bueno (ni necesario) aplicar castigos físicos o desproporcionados a nuestros perros (aunque dejo un par de estudios abajo), sino de hacer saber que es imposible educar sin castigos. Por dos razones: por un lado, porque nosotros no decidimos qué es un castigo o un refuerzo (premio) para otra persona, ni para otro perro; por el otro lado, el aprendizaje se basa en castigos y refuerzos, y los hay en el ambiente, en las relaciones sociales, y en todas partes. Parte de la vida es estrés: para ti, para tus perros, para todos.
La mayoría intenta educar de forma amable
A raíz de un estudio en el Reino Unido sobre métodos de aprendizaje de las familias con perros, muchas personas encuestadas estaban de acuerdo en aplicar metodología amable con los cachorros, pero, al volver a realizar las preguntas hacia los 9 meses de edad del animal, cambiaban y aceptaban el uso de castigos y aversivos.
Los estudios actuales afirman que los aversivos deterioran el vínculo humano-animal, aumentan la agresión hacia los guías y reducen la capacidad de aprendizaje; esto es algo ampliamente estudio y que tiene todo el sentido del mundo. La agresión puede provocar respuestas reflejas de agresión (es decir, si le pegas a alguien una colleja es probable que quiera devolvértela), para empezar; se suma a esto que la asociación de experiencias (estímulos) negativas con un tercero, nunca va a generar un vínculo positivo, sino todo lo contrario. Es posible que el perro no haga algo o deje de hacerlo (por miedo), pero solo estarás colocando grandes dosis de estrés y frustración bajo la alfombra y, quizá, un día se dejan ver.
Entendiendo la necesidad del castigo
En cualquier caso, todo lo anterior se ha confundido, a menudo, con no establecer límites o basar la educación en ignorar conductas no deseadas y premiar aquellas deseadas. Sin embargo, debemos tener en cuenta que cualquier ser vivo aprende mediante la generación y repetición de conductas funcionales y no funcionales: o sea, todo ser vivo hace cosas, las que funcionan, se volverán más probables; las que no funcionan, se reducirán en probabilidad.
Por descontado, hay conductas —sobre todo, en los cachorros— que son instintivas o mantienen una motivación concreta: se hace pis, porque no puede aguantarse; a veces, muerde cosas porque le duelen los dientes; llora, porque requiere muchísima más atención con 3 meses que con 3 años.
Pero también es probable que nos muerda como llamada de atención. Ante esta conducta, mi primera recomendación será ignorar esa conducta, y eso... es un castigo. Si esto no funciona, es probable que, por un lado, debamos trabajar formas adaptadas de que ese perro entienda cómo "puede conseguir nuestra atención", pero también que tengamos que utilizar castigos más severos. Un perro que me empiece a morder con el objetivo de llamar mi atención, puede recibir una reprimenda verbal, o bien puede perder incluso mi presencia, porque me iré a otra habitación (con la frustración que supone), o bien podemos dejarle a él o ella en esa otra habitación. Todo lo anterior, son castigos.
El castigo forma parte de la vida (y la frustración)
Más allá de este ejemplo sencillo, habrá muchas veces que los perros quieran algo que no pueden tener. Si no están esterilizados, querrán montar a una perra (y puede que ella no les deje tampoco); si nos vamos del parque, quizá quieran quedarse; si no le dejamos subir a la cama, pueden seguir queriendo dormir con nosotros. Estos castigos estructuran un modelo de convivencia (ideal, para mí) en el que somos nosotros quienes guiamos (como guías que somos) y organizamos la vida diaria. Así pensado, es algo duro, por lo que nos toca ser justos, ¿no te parece?
Por el contrario, se ha confundido la educación canina amable con no marcar límites, no saber decir "no", no establecer unos tiempos y unas formas. En otras palabras, no castigar a nuestro perro.
De este modo, tenemos a perros que no tienen ninguna tolerancia a la frustración (siempre han podido hacer lo que han querido, pero el mundo es duro a veces), que fuerzan constantemente los límites, que se apoderan de objetos, comida y espacios. En resumen, que se comportan como esos adolescentes del programa Hermano mayor que nunca habían recibido una negativa y que, ante cualquier límite, explotaban a la mínima de cambio.
Hemos pasado de la teoría de la dominancia (errónea, desactualizada, absurda e incorrecta) en el que teníamos que ser "machos y hembras alfa" a una educación basada en la recompensa. Sin embargo, en mi trabajo diario, veo que mucha gente se va a los extremos —como explica el artículo arriba citado también— y, o bien se lo doy todo, o bien solo funciono con castigos y agresión física.
¿El objetivo al que aspiro cuando trabajo? Que las familias trabajen con premios y (también con) la retirada de esos premios, que sigue siendo un castigo, y muy útil. Así educamos a los humanos, así creo que deberíamos educar a los peludos.