Tengo mucho más trabajo como educador de perros tras el coronavirus. También he confirmado que mucha gente solo me llama cuando ya es tarde

Tengo mucho más trabajo como educador de perros tras el coronavirus. También he confirmado que mucha gente solo me llama cuando ya es tarde
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Llevo trabajando como educador canino desde 2018, aproximadamente. Antes, me apoyé en mi formación para ser figurante, voluntario, asistente y espectador (con lo que también puedes aprender mucho de perros, por cierto) en grupos de educación canina, asociaciones y protectoras.

En los últimos 5 años, alrededor de 1.000 familias con perros han trabajado conmigo desde problemas de convivencia a conductas desadaptadas: perros que muerden, protegen comida, no han aprendido cómo pasear con un humano, tienen miedo a salir a la calle, no saben quedarse solos en casa...

Con la llegada de la Covid-19, todo cambió.

Educar perros tras la pandemia

Es importante empezar diciendo que este artículo tiene un sesgo enorme: te hablo de mi trabajo y del que realizan varias educadoras cercanas, pero sin una extensa labor de investigación, no se puede concretar: en otras palabras, mi volumen de datos es el que es. Sin embargo, sí es cierto que el coronavirus nos dejó varias cosas.

La primera es abrir un poco la mente a los que estamos en el sector. La imposibilidad de sesiones presenciales obligó durante la pandemia a realizar trabajos en línea, casi siempre apoyados por grabaciones de vídeo.

Este contratiempo se capeó, pues a menudo, se suele decir que necesitas "tocar pelo" para hacer un trabajo de adiestramiento o una modificación de conducta. Guiar a una familia o enseñar a distancia es complejo, porque se traduce en asegurarte de que los guías o propietarios realizan los ejercicios de forma adecuada, sin olvidar que no puedes observar todo el contexto: dónde viven, cómo es la zona, qué perros están presentes, qué variables están afectando al trabajo, etcétera.

miedo y ansiedad por separación perros educación

En cualquier caso, tras la Covid-19, muchos educadores hemos seguido realizando consultas en línea y, en paralelo, trabajando de forma presencial.  En la mayoría de los casos, se suele preferir avanzar con las modificaciones de conductas (algo más complejo) cara a cara, por lo menos en mis círculos.

Miedos y ansiedad por separación

Tras los meses más duros de Covid, llegaron dos años de muchísimo trabajo para todos: perros que habían generado ansiedad o miedo a los ruidos o a la calle por escuchar aplausos o música; cachorros que habían sido adoptados o comprados y habían crecido en ciudades "irreales", sin tráfico, sin ruido...

¿Lo más común? Animales que habían desarrollado apego ansioso (o inseguro) y ansiedad por separación, que suelen ir en pack. Los perros fueron los grandes perjudicados del final del teletrabajo, y tener que gestionar este cambio, de golpe, no ayudó. Por desgracia, todavía no somos muy conscientes de las necesidades más básicas de nuestro mejor amigo.

Algunas semanas, el trabajo no cabía en la agenda, pero no siempre era un trabajo bonito: miedos, inseguridad, falta de una estructura o familias desesperadas que querían arreglar rápido, algo que no tiene rápido arreglo.

Entre 2020 y 2021, apenas pude coger casos de pautas educativas o perros con problemas de conducta con otros perros y personas: hice un buen puñado, pero entre decenas de sesiones de ansiedad por separación y miedos. La sensación es que tocaba apagar fuegos que llevaban ardiendo más de lo que podías explicar en sesiones de una hora.

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Poco a poco, esto se ha normalizado, como cabía esperar. Hoy, en 2023, el tipo de caso que llega vuelve a tener una notable variedad, y la gente vuelve a mirar la cartera mucho más: algo que apenas había vuelto a ver hasta mediados del año pasado. La inflación no suele ayudar a los perros, pero yo vengo a hablaros de perros, no de economía (por suerte, para mí).

El boom de la formación en línea

Mientras tanto, se ha dado otro boom. El de la formación en línea, donde muchas de las escuelas más reconocidas de nuestro país ya cuentan con campus virtuales que se complementan con periodos de prácticas, así como módulos de formación continua generalista, donde la educación canina amable (sin castigos físicos) es puntera.

Por mencionar dos ejemplos relativamente famosos en nuestro país, de sobras conocidos, tenemos La Colmena, del adiestrador maño Hugo Fernández (En Clave de Can) o la Academia Perperrecha, de Rafa Cal (Habla con Ellos). Filosofía Animal es la opción más internacional, del adiestrador argentino Juan Manuel Liquindoli.

La visión de este fenómeno, no obstante, es que, a menudo, tanto las sesiones de seguimiento en línea como las pautas de educación canina han afectado muchísimo en el sector, para lo bueno y para lo malo. Para empezar, las familias tienen mucho más acceso a contenidos a bajo coste, pero, a menudo, no cuentan con las bases o el tiempo suficiente para plantear un trabajo como lo haría un profesional.

De este modo, es habitual (y ha aumentado mucho este perfil) que, cuando llevan uno o dos años con el problema, contacten con un educador profesional para realizar sesiones de trabajo. Las 20 o 30 veces que he acogido clientes con este perfil entre 2021 y 2022, las familias no tienen una estructura clara de trabajo con los perros: entienden los ejercicios, pero no el objetivo ni por qué siguen los pasos como los están siguiendo.

Como quien monta algo con las instrucciones, pero no sabe qué es. El problema es que un perro no es un mueble de Ikea, claro.

Un consejo genérico no va a ayudar a tu perro

A veces, te sientes un poco electricista (cuando abrían una vieja instalación con todos los cables grises, ¿sabes?) en las modificaciones de conducta, perdiendo varias horas de trabajo para entender lo que han premiado o buscado otros y cómo lo han hecho.

No es algo que no suceda cuando el trabajo salta de un profesional a otro, pero, en estos casos, suele ser fácil advertir el método y las bases del trabajo, mientras que, sin bases, las familias suelen hacer un popurrí de intentonas que no llevan a ningún lugar hasta que se descontrola.

Tuve el caso de una familia que quería que su perro durmiese en su propia cama y no subiese al sofá. Pero habían entendido en un módulo formativo on-line que, cuando subiese al sofá, podían bajarlo jugando con un mordedor, por lo que el perro cada vez subía más y más... Por descontado, el  perro llevaba un cacao tremendo y una frustración enorme, porque le daban juego (premio) y le reñían cada vez más (castigo). La familia, también.

Este tipo de aprendizajes también son muy habituales cuando creemos que lo que leemos de forma general, valdrá para cualquier perro.

En mi caso, apenas realizo pautas educativas presenciales, porque desde 2020 llené la agenda de modificaciones de conducta. Por un lado, esto lo veo muy, muy positivo: la gente cada vez quiere estar más informada y no tiene sentido buscar un profesional que enseñe a tu perro a hacer pis en su sitio o a sentarse; por el otro, puede inducir a error, puesto que los acompañamientos y las sesiones de trabajo profesional, a menudo, llegan más tarde que antes: la gente te busca cuando las cosas se salen de madre.

Y este no suele ser el trabajo más divertido del mundo.

En resumen, el coronavirus dejó un montón de faena relacionada con esa etapa extraña y poco corriente; después, la formación en línea está ayudando a que educadores y etólogos nos especialicemos, pero también nos manda más veces de las que nos gustaría (por lo menos, a mí) casos que deberían haber venido directos (antes lo hubiesen hecho) y no haber buscado soluciones rápidas y genéricas.

El sector ha cambiado. ¿Para mejor? El tiempo lo dirá.

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