La supervisión activa es una estrategia habitual en educación infantil. A grandes rasgos, se basa en promover un entorno seguro que evite que los niños y las niñas puedan lesionarse, manteniendo una atención completa, revisando sus interacciones y gestionando las situaciones en el entorno.
Cuando se trata de personas, la creación y mantenimiento de estos contextos seguros parece mucho más obvia (la guardería, como ejemplo típico) que en el mundo de los perros, pero no debería ser así. Los animales también necesitan espacios donde socializar con seguridad, gastar energía o mantener rutinas de juego.
En lo que se traduce la supervisión activa
La gran diferencia entre una supervisión proactiva (que planea y prepara sesiones educativas, por ejemplo) y una supervisión activa es que, la segunda, intentará aprovechar las oportunidades de aprendizaje del entorno, resulta más exigente y requiere de una serie de conocimientos concretos para la aplicación de estrategias.
Así, necesitaremos contar con:
- un espacio organizado (o delimitado) que nos permita una correcta supervisión;
- una visión y manejo suficiente para gestionar las situaciones (en el caso de los perros, puede ser que, durante un tiempo, debamos usar herramientas como correas largas, por ejemplo, si no contamos con unas bases de obediencia suficientes);
- una observación constante y adecuada de su gestualidad y conducta;
- capacidades de anticipación y previsión, para poder actuar de forma consecuente: ¿está bien que el perro viva esa situación? ¿puede ser que le venga grande y le supere?
- ser una base segura, a la que el perro pueda volver en busca de apoyo y que le ayude, si es necesario, a gestionar la situación, etc.
A grandes rasgos, la supervisión activa se podría resumir en contar con unos conocimientos mínimos que nos permitan aprovechar las situaciones que vivimos con nuestros perros para el aprendizaje. En el caso de niños y niñas, esta supervisión supone el trabajo conjunto de varios educadores infantiles que entiendan y apliquen la metodología. Con los perros, ocurre algo similar, aunque debemos adaptar la exigencia a las posibilidades reales.
Aplicar la supervisión activa en perros
Como te estarás imaginando, aplicar la supervisión activa con los perros implica tener unas bases de lenguaje y aprendizaje canino. Además, necesitarás experiencia para crear entornos seguros. Por ejemplo, cuándo necesitas usar una correa corta o una correa larga, en qué momento puedes dejar libre a mi perro, qué mínimos de obediencia pueden ser necesarios para todo lo anterior, etcétera.
El objetivo debe ser poder evitar otros tipos de conductas que, por desgracia, siguen siendo muy habituales, como dejar que los perros se entiendan o ignorar sus interacciones (no hay supervisión), mantener una supervisión pasiva (paseo al perro mirando el teléfono móvil) o reactiva (o sea, riño al perro cuando hace algo que no debe, pero lo ignoro el resto del tiempo).
Espacios para el aprendizaje
Por el contrario, crear espacios de aprendizaje (supervisión proactiva), como una sesión de obediencia o un grupo de perros para socializar, y aprovechar las experiencias del día a día para su mejora y bienestar (activa) son opciones mucho más recomendables que no siempre priorizamos.
La educadora norteamericana Jill Breitner cuenta con un artículo (Properly Supervising Dogs, en inglés) en el que defiende que hay métodos buenos y malos de supervisar a tu perro, y que es habitual oír: "¡Vigila a tu perro!", pero hay formas y formas. Por desgracia, en castellano apenas hay información académica o técnica sobre supervisión activa.
Como recomendación final, es importante establecer criterios y una exigencia adecuada. Es imposible supervisar activamente a los perros durante las 24 horas del día, y este no debería ser nuestro objetivo. Por el contrario, sí que deberíamos cambiar un poco el chip, y entender que un cachorro o un perro joven, sobre todo, son animales en desarrollo que necesitan de nuestra guía, atención y apoyo a menudo.